Una de las cosas en las que he salido a mi padre es en la pasión por la montaña. Quizá no haya hecho tantas rutas como él, no me he llegado a conocer Sierra Nevada como él, pero cada vez que oigo sobre la oportunidad de subir un pico, me atrae con una fuerza que no sé explicar.
A veces es duro, lo sé, o no estoy en las mejores condiciones físicas, pero la montaña tiene un algo, un qué sé yo, que te llama y te atrapa. Quizá sea que la siento como un reto, que la llevo en la sangre… qué más da.
El senderismo de montaña no es algo que haya practicado con constancia a lo largo de mi vida, pero tengo recuerdos desde mis primeras aventuras siendo pequeña, y siempre era agradable. De hecho, aunque he pasado pocas noches al raso, son inolvidables: de las que mejor he dormido o esas que lo he pasado tan mal que aprendí horrores. Las rutas en montaña dejan huella.
[dt_quote type=»blockquote» layout=»left» font_size=»normal» animation=»none» size=»1″]Mucho antes de que el hombre pensara en conquistar las montañas, las montañas ya habían conquistado al hombre.[/dt_quote]
La montaña tira, y lo sabes 😉
Antes de contarte mis lecciones sobre el montañismo de dificultad media te dejo con la crónica de una de nuestras últimas rutas que no te dejará indiferente. Me encanta la perspectiva y el punto humorístico que le pone mi compi Ana Goméz Perea:
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La crónica de Ana:

«Descubre la Ascensión al Pico Torrecilla, con sus 1919 metros de altitud… la cumbre más mítica y alta de Andalucía Occidental.»
Así rezaba el programa de Descubre Guías del Sur, y ahí empecé yo a rezar a San Quejigo Bendito y al Pinsapo de la Cruz, cuando una vez que nos adentramos en zig zag en la Cañada del Cuerno, y al atravesar la Cañada de las Ánimas, le escuché a Samuel decir: «el pico aún no se ve».
Y es que claro, como llevaba la misma sensación de «gusto-cague» que cuando subí al Mulhacén, no me percaté de las señales: cuerno, ánimas y Puerto de los Pilones, agárrate los… bastones (malpensados totustuus).
Antes de empezar la ruta, Soledad, haciendo uso de esa sinceridad asquerosa que la caracteriza, me miró directamente a los ojos y me dijo: «¿Tu primer Torrecilla? Pues prepárate porque yo acabé mortem».
Menos mal que José Manuel, siempre al quite, me dijo que aunque fuera a ritmo lento, si iba de forma constante, llegaría a la cumbre. Y como quiera que el pobre hombre lo hizo para animarme, yo le respondí con una sonrisa, aunque en mi interior ya iban galopando en desbandada las fuerzas oscuras que me recordaban que hace justo un año me dejé el ligamento en Sierra Cabrilla, que si fuerte sería la subida, peor sería para mi rodilla la bajada, pero… ¡qué bonito es el paisaje! exclamaba en voz alta de vez en cuando para poder pararme y tomar aliento.
Bien es verdad que el paisaje del Parque Natural de Sierra de las Nieves ayuda, y que hay momentos en que te olvidas de todo. Senderos en penumbra donde el musgo lo invade todo, pinsapos centenarios y quejigos fantasmagóricos que te hipnotizan y te hacen creer que fue justo ahí donde se rodó El Señor de los Anillos.

Valoras también la vida de los arrieros que sin ir equipados full equipe del Decatlón, y desde el nevero de Tolox, transportaban la nieve por la noche, con ayuda de los mulos, en capachos de 50 Kg.
Nosotros utilizamos el nevero para hacer una parada, y enfilar desde allí nuestros pasos hasta el pilar de Tolox, que se encuentra en la base del monte Torrecilla. Y allí, en la misma base, y mientras nos explicaban cómo ascender hasta la cumbre y mis ojos se quedaban fijos en el pico, a la par que mi garganta se secaba, Francisco Velasco sacó una fiambrera con una tortilla de patatas, zampándose la mitad con la ayuda de un plátano chuchurrío que le ayudó a digerirla mejor. ¡Vivan las barritas energéticas del Paco!
La subida fue dura, para que nos vamos a engañar, pero cuando llegas, se te olvida todo y eres capaz de ponerte a bailar una jota si se tercia.
Abrazos, felicitaciones y sentimiento de equipo; creo que esto último es lo que más me tiene enganchada. Eso, y el lujo de comerme la otra mitad de la tortilla de patatas de Paco en la cumbre, con la vista puesta en Sierra Cabrillas, mientras las nubes corrían por encima de nuestras cabezas.
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Desde hace unas semanas me he vuelto a tirar al monte. Me lo debía, desde el año pasado.
Ahora que lo tengo fresco, voy a aprovechar y compartir contigo algunas de las lecciones que la montaña me va enseñando, ruta tras ruta. ¡Allá va!
Lección 1: La felicidad es el camino.
O como diría mi amigo Dan Millman:
[dt_quote type=»blockquote» layout=»left» font_size=»normal» animation=»none» size=»1″]El viaje aporta la felicidad, no el destino[/dt_quote]
Lo más importante no es llegar arriba: es saborear cada paso. Disfrutar cada bocanada de aire. Sentir el sol, el viento o el agua en tu rostro.
¿Has hecho senderismo o practicado montañismo alguna vez? ¿Sí? Pues en serio, piénsalo: te pasas varios días preparando la ruta, emocionado quizás con lo que vas a llevar para comer, beber, ropa, la cámara de fotos o el smartphone bien cargado, el material que quieres llevar…
Llega el gran día, empiezas a dar los primeros pasos. Respiras aire puro y te das cuenta, otra vez, de lo maravilloso que es salir a la naturaleza. Unos cuantos pasos más arriba, cuando la cuesta empieza a pesar, sopesas la posibilidad de darte la vuelta. «¿Qué necesidad tenía yo de venir hasta aquí?», te puedes estar preguntando. Y digo yo: ¿qué te aporta el estarte quejando? «Me duele aquí, me cuesta allá…»
Como decía mi padre: «a lo hecho, pecho.»
Si has decidido subir, lo has decidido, con todas las consecuencias (por supuesto, hablo de rutas de dificultad media, no cuenta la alta montaña, que ahí hay que tener conocimiento y ser más prudentes).
Por supuesto que yo, cuando llego a la cima me siento satisfecha, pero hacer cumbre es «sólo» algo representativo: llegar hasta ahí arriba significa que fui capaz de andar cientos de pasos, uno tras otro, y continuar adelante, sin rendirme.
Significa que fui capaz de meterme un buen un madrugón esa mañana. Que a pesar del cansancio, de los dolores de espalda o la dificultad para tomar aire al inicio no me detuvieron.
Significa que soy capaz de sufrir incomodidad sin que me importe, porque sé que lo que hago me importa aún más.
Y todo por las vistas. O por lo grande que me hace sentir estar ahí arriba. Por una ruta en compañía agradable. Por sentirme parte de la naturaleza. Por enfrentarme a mi soledad ante el silencio. No sé, porque la experiencia, simplemente, no es comparable a otras.
¿Te cuento mi secreto?
Lección 2: el sufrimiento no me impide superarme
Estando en ruta sufro, pero ya no me centro en ello. Así la incomodidad o el sufrimiento me condiciona muchísimo menos. Muchas veces es mayor la barrera mental que te creas que la propia incomodidad que puedas estar pasando.
Tengo que admitir que la subida al Mulhacén fue otra historia, que entre la altura y la burrada que hice de subir de golpe tras medio año de sedentarismo me puso muy difícil esta parte de desconectar del dolor, pero aún así aprendí grandes lecciones. Pero a lo que voy, que en este post estoy hablando de montañismo más asequible.
Cuando algo me duele en la ruta,
- hablo de otras cosas con los compañeros,
- o saco mi mente ligeramente por encima de mi cuerpo para disfrutar del paisaje.
[dt_quote type=»blockquote» layout=»left» font_size=»normal» animation=»none» size=»1″]Huye de pensar en tu incomodidad o sufrimiento[/dt_quote]

Me gusta sentirme anclada a la tierra. Fluyendo con ella. Sí, ir pegando saltos o tropezarme y ponerme a hacer equilibrios para no caer (hoy lo han bautizado como «bailar sevillanas», jajaja).
Empiezo a sacar cosas buenas y las pongo en la balanza para desequilibrarla con diferencia, e intento que sean en lo que me fije la mayor parte del tiempo.
Que sí, que hay que escucharse uno mismo, aprender de lo que te dice el cuerpo. Pero opino que a veces también nos escuchamos demasiado y, como estamos poco acostumbrados a sufrir, toleramos menos dolor y en seguida nos preocupamos ante la más mínima.
También hay un dicho que dice que más vale prevenir que curar, ¿no?
Pues si ya sabes que se te sobrecargan ciertos músculos, ¿a qué tanta prisa? Ve a tu ritmo, y haz mini-paradas a lo largo del camino para estirarlos un poco. Por ejemplo, digo yo, vaya.
Yo padezco hernia de disco y alguna que otra cosa más, y lo que hago es ir estirando la espalda cada x tiempo antes de que me pegue fuerte. Así aguanto un buen trecho más, y termino en mejores condiciones. O me suele dar dolor de cabeza por el sol y el viento… Pues lo asumo como parte del trayecto, e intento minimizarlo manteniéndome hidratada, comiendo bien, abrigándome y buscando unas gafas de sol…
Para estas cosas hay que escucharse, no para irse quejando por el trayecto. Así es mucho más fácil DISFRUTAR DEL CAMINO.
Lección 3: No soy la única que sufre
A una compañera que arrastra alguna lesión le pueden estar doliendo las rodillas a cada paso. Y ahí sigue, al pie del cañón, avanzando. Con un par de ovarios, olé.
Otro trajo más peso de la cuenta. Pero sigue hacia arriba.
[dt_quote type=»blockquote» layout=»left» font_size=»normal» animation=»none» size=»1″]Cada cual vive su propia batalla interior durante la subida[/dt_quote]
Otros quizá desconocían la dificultad a la que se iban a enfrentar y venían menos preparados.
Aquí es donde personalmente tengo un trabajo por hacer: ir más pendiente de las necesidades de los demás. Esto tan sencillo, y que no siempre me sale solo (lo reconozco mi mente vive en su mundo de Yupi y no soy especialmente observadora), tiene dos grandes ventajas:
- Me saca de mi propio dolor, ayudándome a dejarlo en tercer plano
- El apoyo que haces sentir a la otra persona no tiene precio
Le ayudas a sacar lo mejor de sí, se demuestra a sí mismo que es capaz de superarse y hasta subir contando chistes y riendo. Definitivamente, en compañía el camino se hace más llevadero, y ver la satisfacción de los compañeros y sus celebraciones en la cima alegran a cualquiera. No recuerdo de quién era esta frase:
[dt_quote type=»blockquote» layout=»left» font_size=»normal» animation=»none» size=»1″]»Si quieres llegar rápido, ve solo. Si vas acompañado, llegarás lejos.»[/dt_quote]
Lección 4: La bajada es a veces más difícil
Cuando ya estás de vuelta a menudo creemos que ya está todo hecho. Nos confiamos, y empezamos a coger velocidad. No sé si tira más de nosotros la inercia o las ganas de volver.
[dt_quote type=»blockquote» layout=»left» font_size=»normal» animation=»none» size=»2″]Las cervezas de después motivan, y mucho[/dt_quote]
Cada montaña es distinta que las demás, y en algunos casos la bajada desgasta más que la subida. Hay que tener resistencia para aguantar la bajada sin resbalarte, es bastante común que se te sobrecarguen las rodillas, los cuádriceps, que alguien se tuerza un tobillo…
En esto me he dado cuenta de que, aunque el reto mental para los montañistas es llegar a la cima, la ruta es de doble sentido: ida y vuelta. El cuerpo tiene que pasar las dos fases, y es que todo no se termina en la cima.
Pero si estuviéramos pensando demasiado en la bajada quizá más de uno no llegaría ni a subir.
¿Has visto la película Gatacca? Seguro que te evoca algo esta secuencia:
[dt_quote type=»blockquote» layout=»left» font_size=»normal» animation=»none» size=»2″]Dalo todo en cada paso, te sorprenderás. Nunca te reserves nada para la vuelta.[/dt_quote]
Lección 5: La gente que merece la pena está ahí arriba
Con el tiempo he aprendido que no hay red social, aplicación móvil ni actividad de moda que te permita hacer buenos amigos que merezcan la pena como lo hace la montaña.

A los locos que nos da por subir montañas somos gente con inquietudes, con ganas de encontrarnos con nosotros mismos y con la naturaleza, de superarnos a nosotros mismos, aunque algunas se empeñen en decir que sólo era para hacerse un selfie 😉
Esta es una de las lecciones que he aprendido las últimas veces que he cambiado de ciudad. Puedes quedar para conocer gente nueva saliendo de copas, a un cine, a jugar al pádel… pero el ambiente que se respira en el monte, es otro. Y me mola.
¿Qué, te consideras un/a loco/a más? ¿Nos vemos en el monte? Déjame tu experiencia o tus inquietudes en los comentarios.
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